Autobús de Coruña a Vigo, el último de la noche. Una pareja viaja en el asiento contiguo al mío. Conversan en italiano, como si estuvieran solos en el mundo, y yo no tengo ánimos para taparme los oídos.
- Amore, mi ami? –dice ella con voz enamorada.
- Amore, sai io non posso vivere senza di te –responde él con dulce convicción.
Durante un segundo se hace el silencio, hasta que ella susurra, quizá para sí misma:
- Io so bene, amore, ma mi piacerebbe sentire dalle tue labbra.
Cuando el autobús llega a la estación, fin del viaje, ella parece percatarse de mi existencia y me pregunta en italo-castellano:
- Mi scusi, signore. Cómo ir caminando hasta il porto?
Le explico que el puerto queda bastante lejos, sobre todo si piensan ir a pie y con ese par de mochilas. Pero ellos están en otra dimensión.
- Tambén necesitar un hotel economico para dormire stanotte, pero primero conocer o mare de Vigo –agrega él, para de inmediato volverse a ella sonriente-. E ´vero, amore?
Sus miradas se besan cuando él le ayuda a ponerse la mochila. Apenas alcanzo a indicarles:
- Cuesta abajo, vayan siempre cuesta abajo. Aquí, si se camina lo suficiente, al final de todas las cuestas siempre está el mar.
Y se van, abrazados, convertidos en siluetas que le dan sentido a esta noche aparentemente intrascendente.
Amore ciego, bendito amore.