domingo

LAS DELGADAS LINEAS ROJAS QUE NUNCA DEBERÍAMOS TRASPASAR

 Hace medio siglo, en la prisión de Ariza, un oficial de apellido Brezó solía conversar conmigo las tardes en que él estaba de guardia. Curiosa escena la del carcelero y el convicto intercambiando en voz baja sueños, angustias y anécdotas en la pequeña bibilioteca del penal.

Adalberto Brezó ya tenía un largo historial cuando lo conocí: periodista del Diario de la marina, combatiente clandestino contra la dictadura de Batista, torturado en la habanera prisión de El Príncipe, exiliado sostenido por prostitutas en Nueva York, soldado de la guerrilla comunista de Víctor Bordón, oficial del Ministerio del Interior, escritor de radionovelas románticas...  Lo habían enviado a Ariza como reeducador mientras se recuperaba de las fracturas que sufrió en un operativo con guardafronteras; y resultaba evidente que ese blanco de ojos claros que caminaba como Frankenstein, ponía música clásica en la radio del penal y encima escribía novelas de amor era poco aceptado por sus compañeros guardias, mayoritariamente adictos al grito de advertencia y el trancazo inmediato. Quizás por eso, porque nadie le hacía caso, Brezó se sentaba a conversar con el muchacho que atendía la biblioteca del penal y quería, algún día, ser escritor. 

Mucho aprendí de él, pues yo apenas tenía 19 años y él casi cincuenta. Una tarde me dijo: "Yo nunca digo mentiras. Y no es porque sea buena persona ni nada parecido, sino por una cuestión de inteligencia: a los mentirosos siempre terminan atrapándolos.... Bueno, la verdad es que a veces me arriesgo y digo alguna mentira, pero eso es solo cuando se trata de evitar una injusticia o el sufrimiento innecesario de alguien". Brezó era una persona decente en el sentido cabal de la palabra, y un bicho raro en convulsa época que le tocó vivir.

Él fue la primera persona que me habló de las "lineas rojas" que nunca deberíamos traspasar. "Más que luchar sin descanso por lo que quieres alcanzar, debes tener bien claro cuáles son las cosas que jamás harás para lograr lo que deseas alcanzar. Ésas son las líneas rojas morales que, sean cuales sean las presiones  e invitaciones que tengas para cruzarlas, en tu interior debes tener bien claro que jamás traspasarás", me confesó en cierta ocasión.

Cuando salí de la cárcel solo una vez coincidí con él en la calle, y luego nunca más volví a tener noticias suyas. Han pasado cincuenta años de aquel tiempo en el que Brezó me confiaba lo que había aprendido en su vida. Y hoy, al escribir estas líneas con su imagen intacta en mi mente, lo quiero recordar con el profundo cariño y respeto que sin pretenderlo él se supo ganar.   

 

sábado

EN SANTA CLARA UN CABALLO BLANCO AVANZA LENTAMENTE POR LA ACERA

 Un caballo blanco extremadamente flaco, con mataduras infectadas en el lomo y tiras rojas amarradas en las patas delanteras, camina por la acera de la calle Independencia.

El caballo avanza ajeno a todo lo que le rodea; y como si de una persona desahuciada se tratara, la gente le cede respetuosamente el paso. Al llegar al puente del río Bélico, el animal se detiene un instante a orinar y, cabizbajo, continúa su lento viaje a ninguna parte.

En Santa Clara, el orine de los caballos carretoneros fluye libremente por las calles, se infiltra en el asfalto, y bajo los efectos del sol tropical impregna el aire de un olor peculiar. Un olor que te golpea y desconcierta en los primeros días, pero pronto, a fuerza de tenerlo siempre presente, terminas por aceptarlo como algo natural. Te has integrado definitivamente al tufo que domina el ambiente y, aunque no lo desees, ya formas parte indisoluble de él.

En Santa Clara, muchos de sus habitantes semejan caballos que avanzan sin esperanza alguna por la única acera de sus vidas.