domingo

GACELA HERIDA EN EL AUTOBÚS


Una mujer viaja en el autobús: blusa malva, bermudas blancas, bolso crema con incrustaciones doradas, zapatillas deportivas blancas; la piel ligeramente bronceada, el cabello castaño, las piernas bien formadas, los brazos delgados y los senos pequeños: es bonita, sin ser perfecta. Lee atentamente la hoja de papel que tiene en las manos y, mientras lee, absorbe el aire por la nariz, como si estuviera resfriada. Está seria, muy seria, con la vista fija en el papel. Hace una pequeña mueca y se pasa la mano por el borde del ojo izquierdo antes de doblar el papel en cuatro e introducirlo en su bolso. Voltea la cabeza y mira, sin ver, por la ventanilla del autobús. Los ojos pardos transmiten una triste mirada y sus labios son ahora más abultados, seguramente porque antes tenía las comisuras apretadas. Alguien le llama por el móvil y responde en voz muy baja, sin prisas. Concluye la llamada, devuelve el móvil al bolso y se arregla el pelo sobre la oreja, adornada con un pequeño aro dorado. Vuelve a mirar la hoja de papel que asoma, doblada, en el bolso y gira rápidamente la cabeza a la ventanilla: está  apunto de echarse a llorar.
En la Plaza de América desciende del autobús y se pierde entre la gente. Le deseo todo lo bueno del mundo a esta gacela herida.

martes

LA BURRA, Y EL PERRO, DE TOÉN

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   Hace pocos días, en el concello ourensano de Toén, alguien encontró a una burra nadando en el río Miño. No es habitual, incluso en verano, ver a una burra chapoleteando en el Miño y cuando los vecinos del lugar lograron sacarla del agua descubrieron que llevaba colgada del cuello una piedra de unos quince kilos de peso. Evidentemente, alguien, probablemente el dueño, quiso deshacerse del animal de la peor manera posible. Llamados al lugar, los diligentes funcionarios del concello constataron que se trataba de una burra desconocida en la zona, vieja y flaca, con llagas en los cuartos traseros provocadas por el roce del arnés, lo que ponía en evidencia que el animal había trabajado para su amo muy duro y durante largos años.
   Curiosamente, pocas horas antes de que rescataran a la burra, los vecinos (que en los pueblos pequeños todos se sabe) descubrieron a un perro abandonado merodeando por las orillas del río. Y cuando rescataron a la burra el perro se pegó literalmente a ella. Según los vecinos, cuando intentaban separar al perro de la burra el dócil animal se negaba a caminar; pero en cuanto ella se ponía en marcha el can la seguía gustoso. Y hasta se miraban a los ojos, con afecto.
    Seguramente nunca lograremos desentrañar los vericuetos de tan singular complicidad, pero al menos hemos podido comprobrar que aún  existen perros en los que es posible confiar.