El puente románico de A Ramallosa, erigido en el siglo XIII sobre las ruinas de otro destruido por Almanzor, es depositario de al menos un par de interesantes leyendas.
En el centro del puente hay un viejo cruceiro a cuyos pies se colocó hace tiempo una imagen de San Telmo, el patrón de los navegantes. La primera leyenda afirma que fue el propio San Telmo quién mandó a construir el puente y con su presencia lo protege de las fuertes tormentas del otoño-invierno gallego.
La segunda leyenda habla de la fertilidad y tiene varias versiones. Aunque todas ellas coinciden en afirmar que las mujeres que por alguna razón no pueden tener hijos deben ir al puente a medianoche y pedirle al primer hombre que se les cruce que tomen agua del río y se la echen sobre el vientre. Si el hombre acepta se convierte en el padrino de la futura criatura.
Viejas historias que -foclore y turismo aparte- nada tienen que ver con nuestro pragmático siglo XXI, el de la píldora del día después.
Pero, hace unos días se me ocurrió dar una caminata por la zona, que tiene unos paisajes formidables, y tropecé en el centro del puente con un puñado de flores frescas y velas encendidas. Ofrendas de pocas horas atrás, quizá de la medianoche anterior.
No creo que esas ofrendas tuvieran como objetivo proteger al puente de las mareas altas, y todo parece indicar que obedecían a la desesperada petición de un hijo sano, fruto del amor.
Si mi suposición fuera cierta le deseo de todo corazón a las personas que pusieron las ofrendas que su fe se vea recompensada. Y, si es necesario, me ofrezco como padrino de al menos una de las criaturas. Que no todo el mundo tiene un padrino cubano, casi agnóstico e insolvente. Amén.