Desde siempre en este mundo han contendido dos
fuerzas elementales: el amor y el odio.
Dos fuerzas que a pesar de su naturaleza intangible constantemente transforman la realidad. Son inseparables,
porque la una no tiene sentido sin la otra: sin la presencia del amor el odio
pierde su connotación negativa, y viceversa.
El enfrentamiento permanente entre el amor y el odio se produce a todos los niveles del universo; y también, por supuesto,
en el interior de los seres humanos. La máxima expresión del amor humano es la entrega
total, la que no espera absolutamente nada a cambio de la propia vida; la del
odio, la constituye la indiferencia calculada e interesada. Pocas veces se presentan ambas
fuerzas en su estado puro, y acostumbran mostrarse en infinidad de facetas
diferentes: envidia, prepotencia, cariño, respeto...
A pesar sus múltiples facetas, son fáciles de identificar: el amor edifica y une; el odio separa y destruye. El amor es una mano extendida, y el odio un puño apretado. Así de sencillo. Como todo lo verdaderamente importante.
El amor y el odio suelen
combinarse dentro de una misma causa, llegando incluso a combatir unidos, hasta
que uno de ellos logra hacerse con el mando e impone su voluntad. El amor y el
odio, con sus múltiples combinaciones, son la materia prima de nuestros
sentimientos. Son las verdaderas fuerzas motrices del universo.