Un perro agoniza a pocos metros de
la Glorieta
del Parque Vidal. Se trata de un cachorro de pelo blanco, puro hueso y pellejo
desgarrado por la sarna. Acostado en el cemento, embarrado en su vómito,
a ratos el animal levanta la cabeza para implorar compasión a los
humanos que, indiferentes, pasan por su lado
Con los años Santa Clara se ha convertido en ciudad
de perros sin dueño; esos que en creciente número, solos o en pequeñas
manadas, deambulan por sus calles
Los callejeros de Santa Clara son perros casi
vegetarianos, pues de la carne solo conocen los huesos y, con muchísima suerte, alguna víscera maloliente.Son perros sancocheros, depredadores de la basura, supervivientes natos,
guerrilleros de la oportunidad; los Lazarillos de Tormes del reino animal.
Algunos consideran que estos
animales afean a una ciudad cada día más turística y piensan que con periódicas
matanzas indiscriminadas, siempre cerca de las fechas en que se esperan más visitantes, el
asunto se mantendrá controlado. Como siempre, los incapaces afrontan los
problemas que deben administrar ocultando las consecuencias sin afrontar las
causas, y así nos va.
En el piso del Parque, el cachorro agoniza mientras los transeúntes
pasan por su lado como si el espectáculo fuera lo más natural del mundo.
Cuando asumimos como normal aquello que debería horrorizarnos, estamos envileciendo a nuestro propio corazón.