Sigo el paso de las estaciones por las aves que revolotean en mi patio.
La primavera y el verano son, básicamente, de los mirlos. Siempre hay una pareja que pronto ve aumentada la familia por la súbita aparición de uno o dos pichones de color más claro que sus padres. Así, en la época de los días largos, el canto del mirlo me despierta por las mañanas desde el tejado de la casa.
Pero con el otoño llega una pareja de petirrojos. No sé si será siempre la misma, pero aparece el día menos pensado y durante los meses del otoño-invierno desplaza a los mirlos del patio. En el tiempo de los días cortos, del frío y la lluvia, el petirrojo macho anuncia con su canto la llegada de cada nuevo amanecer, posado exactamente en el mismo sitio donde en los meses del calor reinara el mirlo.
A mediados de septiembre los amaneceres suelen ser particularmente luminosos en el sitio donde vivo.
Y esta mañana, con la llegada del sol, he visto de nuevo al mirlo y al petirrojo compartir el tejado por primera vez en este año. El mirlo aún en su trono, en lo más alto; el petirrojo unos metros más abajo, listo para ocupar su sitio con la llegada de la primera gran borrasca. Ambos nos anuncian que agoniza este verano y un nuevo otoño está a las puertas de nuestras vidas.
Ojalá que el mirlo y el petirrojo pudieran convivir juntos todo el año, anunciando a dúo cada nuevo día que nos es dado bajo el sol.