Una
mujer mayor con el pelo canoso y un tanto desordenado, flaca y huesuda, de nariz aguileña y facciones nobles. Permanece mucho
tiempo sentada en uno de los bancos próximos al altar. La gente entra y sale de
la iglesia y ella sigue allí, inmóvil y en apariencia ausente, aunque en realidad está bien despierta. No balbucea peticiones
a lo alto ni agacha la cabeza pidiendo misericordia, pero es evidente que vive
el momento con especial intensidad.
La iglesia de la Virgen de los Dolores es pequeña, huele a incienso y tiene la música indirecta demasiado alta. De repente, la anciana se levanta, toma su bastón y sale del templo a buen paso, con la frente alta. Sus ojos, verdes, parecen tristes, apagados; en sus labios resalta la determinación del que bajo ningún concepto está dispuesto a aceptar la palabra rendición.