Todo en
el mundo físico lo concebimos a través de cifras: los barriles de petróleo
extraídos, las afectaciones producidas por un cataclismo, el crecimiento del producto
interior bruto, las visitas a una página web, la potencia de un coche determinado, las distancias entre sitios
diferentes…
Se
puede -por ejemplo- calcular los muertos en una guerra, pero ¿es posible
cuantificar el sufrimiento generado en esa guerra? Resulta fácil sumar las parejas
que se casan, pero ¿es factible medir el amor que les une? Los sentimientos son
inmateriales: no se pueden “tocar” con las manos ni medir con aparato alguno.
Los
sentimientos y emociones son capaces de llevarnos a los peores impulsos, y también a los más sublimes. Y, cualesquiera que sean, esos impulsos generan hechos que
influyen decisivamente en el mundo físico, el cuantificable. La alegría, el
dolor, el amor, la angustia, la ira, la ilusión, el odio, la vanidad, la soberbia, la misericordia, el
miedo... son las fuerzas intangibles que en última instancia, por sí solas o combinadas con otras,
determinan el mundo material de los humanos. Esta es una realidad a tener siempre presente.