“La violencia nunca aporta soluciones definitivas –solía decir Fernando a sus amigos-. El terrorismo y las guerras de represalia se han apropiado de estos primeros años del siglo XXI, que en algún momento prometía ser el siglo de la comunicación, el desarrollo económico y la justicia social. Sin embargo, este mundo cada día está más dividido contra sí mismo, con cada año que pasa se ahondan más las desigualdades, las contradicciones entre los que tienen demasiado y los que carecen de lo más elemental. Algo habrá que hacer para que esto cambie”.
Peces rojos en la lluvia, Editorial Noroeste, 2004
Releyendo este libro que escribí hace diecisiete años me reafirmo en que ninguno de nosotros está aquí para resolver los problemas de la humanidad. En este mundo de la información permanente y directa, donde con mayor o menor veracidad nos enteramos casi al instante de lo que ocurre en las antípodas, nos sentimos parte de casi todo lo que ocurre a escala global. Y en ese sentido todos estamos, como individuos, cada día un poco más integrados conscientemente a la humanidad.
Pero el hecho positivo de la comunicación global no debería hacernos
olvidar cuál es nuestro verdadero papel en el mundo. No estamos aqui para lamentarnos permanentemente de los males que aquejan a la humanidad. Estamos para luchar en
la pequeña trinchera que nos ha tocado vivir. Yo no puedo acabar con el hambre en
África, pero si puedo tenderle la mano al mendigo que pide limosna en la calle donde vivo.
Si en mi interior me siento indignado
con los gobiernos incapaces de paliar las miserias de la humanidad, pero paso junto a una persona necesitada y miro para otro lado, soy tan hipócrita y culpable como esos gobiernos que critico. Me cansan también lo "amigos" que ponen el grito en el cielo denunciando en las redes sociales, sin siquiera conocerlos a fondo, los problemas que tienen otros mientras guardan un silencio cómplice y cobarde ante lo que ocurre en su propio país.
Junto con sus muchas maravillas, el mundo padece también grandes males y éso es preciso denunciarlo. Pero nuestra misión más eficaz es practicar la justicia, con hechos más que con palabras, en el pequeño espacio a nuestro alcance. Así es como en verdad puede cada uno de nosotros ayudar a mejorar el mundo.
"Misericordia quiero, no sacrificio", dijo mi amigo Jesús de Nazaret hace ya demasiado tiempo. Y el hombre llevaba muchísima razón.