Hace pocos días, en una atiborrada tienda de antigüedades encontré este cartel
Y al leerlo, recordé la letra de una conocida canción de mi viejo amigo Dylan
Cuántos
caminos debe recorrer un hombre antes de que le llames "hombre".
Cuántos mares debe surcar una blanca paloma antes de dormir en la arena.
Cuántas veces deben volar las balas de cañón antes de ser prohibidas para
siempre.
La
respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Cuántos años
puede existir una montaña antes de que sea arrasada por el mar.
Cuántos años pueden vivir algunos antes de que se les permita ser libres.
Cuántas veces puede un hombre girar la cabeza y fingir que simplemente no lo ha
visto.
La
respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Cuántas
veces debe un hombre levantar la vista antes de poder ver el cielo.
Cuántas orejas debe tener un hombre antes de poder oír a la gente llorar.
Cuántas muertes serán necesarias antes de que él se dé cuenta de que ha muerto
demasiada gente.
La
respuesta, amigo mío, está flotando en el viento.
La respuesta está flotando en el viento.
Han pasado casi sesenta años desde que Blowing in the wind se diera a conocer en todo el mundo; y todavía, como desde hace milenios, los humanos seguimos sin entender la sencilla respuesta que flota en el viento...
Bob Dylan -
Blowing in the wind - Flotando en el viento
La
vida es un misterio. Un lento aprendizaje sin fin
aparente. Un viaje a lo desconocido salpicado de encuentros inesperados,
sentimientos contradictorios, sucesos improbables, miradas fugaces,
quimeras
fructificadas, ilusiones calcinadas… Y a pesar de que demasiado a menudo
el caprichoso azar gobierna nuestros caminos, todo lo que un día ha de
ocurrir parece estar
escrito de antemano en el libro de la vida.
Nada
es para siempre
(editorial Capiro, Cuba, 2020) comienza con el encuentro casual, en una playa
desierta, de un aburrido jubilado y una espiritual vendedora de loterías; encuentro
que da comienzo a una creciente intimidad. Todo parece marchar bien entre los
dos amigos hasta que interviene en su relación un atractivo inmigrante bosnio,
presunto atracador de bancos… Y poco más adelante, una prostituta desanimada
se convierte en el cuarto integrante de una historia de amor en la que solo
caben dos.
En opinión de su editor Nada es para siempre combina acertadamente
elementos de la novela policial y de la romántica, para ofrecernos una historia
apasionante hasta la última de sus páginas. Pero para el lector avezado Nada
es para siempre será también una atenta reflexión sobre la soledad interior
del ser humano, el milagro del amor compartido y los misterios del azar
aparente que rige nuestras vidas.
¿Cómo surgió
esta novela?
Hace varias
primaveras acompañé a mi amigo Joe Carreiro en un largo recorrido por sitios
arqueológicos de Galicia, la tierra de sus antepasados. Joe, que vive en Miami,
estaba de vacaciones en España y quería aprovechar la oportunidad para conocer
todo lo que de prehistórico pudiera haber en tierras gallegas. Así, para
complacer a mi amigo, iniciamos un periplo que culminó en el sitio arqueológico
de Tourón: una extensa área salpicada de petroglifos con representaciones
humanas, animales y astrales de cinco mil años de antigüedad.
Allí
coincidimos de forma casual con un arqueólogo de vanidosa conversación que,
animado por nuestro absoluto desconocimiento del tema, nos comentó que muy
cerca del sitio donde nos encontrábamos, en un punto cuya ubicación describió a
grandes rasgos, él había descubierto años atrás una interesante concentración
de petroglifos de muy peculiar factura. La historia exacerbó nuestra curiosidad
y, arrastrados por esa extraña fascinación que ejerce el pasado lejano,
decidimos conocer in situ los petroglifos mencionados por el arqueólogo, tarea
en la que nos empeñamos durante un par de días sin alcanzar resultados
positivos.
Estábamos a
punto de desistir cuando, en las inmediaciones de un antiguo camino romano,
divisamos, sentado bajo un gigantesco roble, a un hombre rodeado de ardillas.
Intrigados, nos detuvimos a observarle. Agasajaba a los animalitos con
almendras y les hablaba de la misma manera que cualquier otra persona lo haría
con sus mascotas domésticas. Al retirarse las ardillas nos acercamos al hombre
que, para mi sorpresa, dijo conocerme. “Usted es Dalama, el escritor cubano, ¿verdad?
Hace unos días leí la entrevista que le hizo el periódico Faro de Vigo”, afirmó al
estrecharme la mano.
Así
iniciamos una amistosa conversación. A nuestras discretas preguntas el hombre respondió
que, aunque no vivían en la zona, él y su mujer solían ir los domingos para
limpiar la cercana vivienda, acondicionar el jardín de la finca y darle de
comer a las ardillas. Ese día daba la casualidad que su esposa se encontraba
indispuesta, razón por la que no había podido acompañarle. Él conocía la
ubicación exacta de los petroglifos perdidos en el monte y de buena gana
accedió a guiarnos hasta la cima de una colina cercana donde, ocultos por la
maleza, decenas de grabados prehistóricos compartían espacio con los restos de un
antiguo castro prerromano. En el verano gallego oscurece muy tarde, y allí,
entre esas piedras talladas por gentes nacidas miles de años atrás, envueltos
en una amena conversación, vimos salir las estrellas.
Joe regresó
a Miami muy satisfecho de su inmersión en el mágico pasado galaico. Y poco
tiempo después de su partida, en el transcurso de una de mis esporádicas
caminatas por la ciudad de Vigo, coincidí en el llamado Muelle del Náutico con
el hombre que daba de comer a las ardillas. De esa manera reiniciamos la
conversación interrumpida en la colina de los petroglifos, dando
comienzo a una amistad que continúa en los días de hoy.
En el
transcurso de nuestras conversaciones el hombre me detalló las singulares
circunstancias que le llevaron a conocer a su mujer, el amor de su vida, y a
visitar los domingos la “casa de la aldea”, el sitio donde le encontramos la
primera vez. También me habló mucho de una mágica playita a la que él y su
esposa acostumbraban ir con frecuencia. “La increíble historia de nuestro amor debería
aparecer en un libro… Sin dar, por supuesto, datos que nos traigan problemas
con la justicia”, repetía al recordar el cúmulo de contradictorios sucesos que
les llevaron a enamorarse.
Dialogando
con el hombre, escuchando sus intermitentes confidencias y atendiendo a su
personal visión de la existencia, fui ubicando en su sitio las diferentes
escenas de la historia que sustenta esta novela.
Llueve,
desde hace varios días llueve sin parar, y es el obligado momento de meditar (perder el
tiempo en boberías, diría mi madre) cerca del fuego del hogar.
Hoy, al
caminar con la mente por el almacén de mis afectos he pensado que los seres humanos pueden ubicarse en dos grupos bien
definidos: el de los que saben que el día menos pensado van a morir y el de los
que no lo saben, o no lo quieren saber.
El
creerse eterno es la gran mentira que lleva al ser humano a la vanidad, el desprecio
al semejante, a la avaricia, al ansia de poder, a los conflictos absurdos, al
egoísmo descarnado; a todo lo malo y perverso de este mundo.
Tendría
yo unos nueve años cuando entré por primera vez en un cementerio. Fernando
González, dueño de la tintorería La Habanera, era un gallego muy amigo de mi padre.
Muchas mañanas de domingo las pasaba en la tintorería de Fernando -que también
era la casa de su familia- porque me fascinaba la gigantesca Harley Davison que
él tenía aparcada en su sala, la moto más grande que jamás han visto mis ojos. Tan
grande era esa moto que en ella cabían cuatro personas sentadas una detrás de
otra y todavía sobraba un pedacito de asiento.
Esa
mañana de domingo estaba extasiado contemplando la moto cuando Fernando me puso
una mano en la cabeza.
- ¿Quieres salir a
pasear un rato?
Así fuimos
en la ostentosa Harley hasta el pequeño aeropuerto de Santa Clara. La ciudad
pasaba, rauda, a mi alrededor y yo, con los ojos enrojecidos entre otras cosas por el cortante
aire de la mañana, era feliz.
En el
aeropuerto estuvimos un rato viendo despegar y aterrizar los aviones, algo
que apasiona a cualquier niño de nueve años y a muchos adultos de cualquier
edad. Y cuando salimos del aeropuerto fuimos al cementerio. Ya sabía yo que las
personas morían, pero los muertos de que había oído hablar nada tenían que ver
conmigo.
Según
los Hermanos Maristas, las almas de los fallecidos iban al cielo, al purgatorio,
o al infierno; y las de los niños no bautizados al limbo. Sabía dónde iban a
parar las almas, pero desconocía dónde iban los cuerpos.
Y de esta manera entré
de la mano de Fernando González en aquel tranquilo lugar repleto de cruces y ángeles de piedra, hasta llegar
al sitio donde varios hombres cavaban un profundo agujero. Fernando se asomó al
agujero, le comentó algo al que parecía ser el jefe de los obreros y se volvió
hacia mí con seria expresión.
- Para esto siempre hay
que estar preparado -afirmó.
Se
trataba del panteón familiar que él había mandado construir. Muchos años más
tarde, en el entierro de Fernando me encontré de nuevo ante ese hueco, el del
día en que viajé por primera vez en moto, vi despegar los aviones y supe adónde van a parar los cuerpos de los muertos.
Hoy no
estoy triste ni nada parecido, de verdad, lo que pasa es que no tengo Facebook y desde hace varios días llueve sin
parar.
Hugo está dando sus primeros pasos y no deja ni mear a Rex, el perro de su casa.
Con ese carácter que apunta, ¿habrá heredado este niño los genes de su bisabuelo Sánchez?
¡Dios nos coja confesados! (lo digo con mucha alegría y orgullo)
Si ello fuera posible, si este tipo de cosas en verdad existen, quisiera que el espíritu del bisabuelo Sánchez esté siempre protegiendo la vida de Hugo.
En mi jardín, además de las
flores y los cactus, viven tres árboles frutales: un naranjo, un manzano y un
limonero.
Las naranjas maduran en los
meses de enero a marzo, las manzanas de agosto a octubre y los limones de
noviembre a enero de cada año, con lo que siempre estoy ocupado con alguno
de estos frutos. Las naranjas y manzanas las suelo comer directamente
debajo del árbol; mientras que los limones van directos para la cocina, donde
los que no se utilizan en el momento se exprimen para congelar su zumo y así tener limonada todo el
año.
Cada uno de los árboles del jardín tiene
su historia particular, pero quizás la del limonero sea la más importante para
mí. Hace diez años un buen amigo me llamó por teléfono para invitarme a la
fiesta de “inauguración” del chalet que acababa de comprar muy cerca de la
playa de Samil.
-Ese
día tomaremos mojito, yo pongo el ron y tú los limones, ¿te parece buena idea? -me dijo
medio en broma.
-Fantástico -le respondí medio en serio-. Pero en vez de limones te llevaré una postura de
limón, la plantaremos en tu patio y así en el futuro cada vez que prepares un
trago lo harás con algo mío.
Ni corto ni perezoso fui a Casaplanta,
compré una postura de lima (así le llaman en España a nuestro limón cubano) y la
guardé en el cobertizo de mi patio. El día de la fiesta de inauguración le llevaría
a mi amigo un regalo muy personal, destinado a perdurar en el tiempo.
Pasó una semana, y poco
antes de la fiesta mi amigo me llamó por teléfono.
- Mis hijos han comprado un olivo centenario para ubicarlo en el patio de la casa. Lo
siento mucho, pero no queda espacio para ningún otro árbol.
Y la postura de limón quedó
olvidada en el cobertizo. Un día, mientras hacía limpieza, la encontré casi
seca. La llevaba en las manos para dejarla caer en el
tanque de la basura cuando ví que la postura tenía una solitaria florecita
blanca en su ramita más alta.
Y fue por esa florecita, por ese desesperado
esfuerzo por sobrevivir, que decidí plantar el limonero en el único espacio que en ese
momento tenía libre en el patio: un rincón entre dos paredes.
Empecé a regarlo, abonarlo,
a combatir las plagas que en verano lo asolaban. El limonero sobrevivió, y
creció por encima de las paredes que lo arrinconaban, y todos los años se llena
de flores y nos regala sus frutos. Y me enseñó a no renunciar jamás a la última esperanza.
Hay dos clases de buenas personas: las que pudiendo hacer el mal escogen hacer el bien aunque ello les perjudique y las que pretenden pasar por buenas porque son demasiado cobardes para ser otra cosa.
Las personas del primer grupo unas veces aciertan y otras se equivocan; las del segundo grupo siempre terminan cagándola.
Combatir a la intolerancia desde
la intolerancia es como querer apagar un fuego echándole gasolina: una necedad.
El frío se combate con calor, la injusticia con justicia, el dolor
con calmantes, la oscuridad con la luz, la mentira con la verdad, el fuego con agua y la maldad con el
bien.
Si de verdad quieres mejorar este mundo que tan poco te gusta debes empezar por respetar y escuchar a aquellos que no piensan como tú. De lo contrario, no serás más que un un sumiso esclavo de lo malo que dices querer cambiar.
Todo en
este mundo parece estar escrito de antemano. No creo en la casualidad, ni siquiera en la
suerte o la oportunidad. Creo, porque así me lo ha enseñado la vida, en lo que llamo La Providencia; y también en el papel que juega el libre albedrío -nuestras decisiones personales- ante los retos que nos impone la providencia.
Ante
nuestros limitados ojos, el Universo infinito se presenta como un desorden
incomprensible. Y, sin embargo, este caos aparente en realidad es un todo
armónicamente estructurado que desde el comienzo de los tiempos funciona con milimétrica precisión. Todo es
predecible en el Universo, porque él está regido por
leyes inalterables. Y ser adivino es fácil cuando se conoce, aunque sea
parcialmente, el funcionamiento de esas leyes.
A
medida que vamos conociendo los principios que rigen el universo, el misterio que supone lo incomprensible deja de ser asunto de dioses todopoderosos para convertirse en una asignatura más de la enseñanza elemental. Lo que
ayer era un misterio insondable para los sabios del momento hoy forma parte natural de nuestras vidas, y
así será mañana con lo que hoy todavía nos intriga. Cuando yo nací, la
televisión estaba por descubrir; hoy, para mi nieto, el milagro de la internet y la
comunicación universal forma parte natural de su existencia. Y así, mañana los misterios que hoy nos quitan el sueño serán detalles corrientes para todos.
Somos
hormigas, ínfimos microbios, dentro del Universo infinito; pero a la vez, cada
uno de nosotros es un Universo en sí mismo. Y al igual que hay leyes que rigen el mundo exterior, otras leyes rigen nuestro mundo interior. Si aprendemos a conocerlas transitaremos por la vida en plena armonía con ella y con nuestros semejantes. Uno no puede cambiar las realidades que nos impone lo que yo llamo la providencia, pero sí puede actuar en consecuencia y tomar las decisiones acertadas a esa realidad. Algo muy fácil de decir y difícil de alcanzar.
Y por último, queridos amigos y amigas, si de vinos se trata recomiendo el Ribera del Duero de las bodegas Milagros de Figuero. Exquisito. Acabo de vaciar la botella que me ha incitado a escribir estas líneas y todo lo veo clarito.
“Mañana lunes actúa Bob Dylan en Santiago,
¿quieres ir?... Pero no vayas a hacer como cuando te presenté a Dulce
Ponte y terminaste abrazado a ella en el escenario, o como la tarde que casi
emborrachas a Slash en Madrid. Si prometes comportarte te llevo a conocer a ese
genio”, me dijo mi amigo Alfonso LP una fresca tarde de abril del año pasado.
La noche siguiente conocí a Dylan. Fue un breve
encuentro, casi una casualidad, momentos antes de comenzar su concierto en el Multiusos
Fontes do Sar de Santiago de Compostela. Alfonso LP, que lo había tratado en
sus anteriores visitas a Galicia, nos presentó en el momento que él entraba en su improvisado camerino.
Dylan no tenía ningún deseo de hablar; y aunque
yo sí tenía deseos de hablar mi acento de mexicano fronterizo estaba fuera de
su alcance, así que nos limitamos a estrecharnos las manos mientras nos mirábamos
un segundo a los ojos, profundamente verdes los de él.
- - A hard rain´s a-gonna fall -me dijo con voz áspera, casi ronca, y entró en el camerino.
Han pasado algo más de un año de aquel día y
hoy he amanecido recordando el momento en el que Dylan se despidió sugiriéndome
el título de una de sus canciones que es, sobre todo, pura poesía. Aquí va,
para quien la pueda aprovechar, la letra de esta canción escrita hace más de
medio siglo y que parece concebida para el día de hoy.
UNA FUERTE LLUVIA VA CAER
Oh, ¿dónde has estado, querido hijo de ojos azules?
¿Dónde has estado, cariño mío?
He tropezado con las laderas de doce brumosas montañas,
he caminado y me he arrastrado por seis carreteras retorcidas,
he estado en medio de siete bosques sombríos,
he estado delante de una docena de océanos muertos,
me he adentrado diez mil millas en la boca de un cementerio Y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es muy dura la lluvia que va a caer.
¿Y qué viste, mi hijo de ojos azules?
¿Qué viste, cariño mío?
Vi lobos salvajes alrededor de un recién nacido,
vi una autopista de diamantes que nadie usaba,
vi una rama negra goteando sangre todavía fresca,
vi una habitación llena de hombres cuyos martillos sangraban,
vi una blanca escalera cubierta de agua,
vi diez mil oradores cuya lenguas estaban rotas,
vi pistolas y espadas en manos de niños Y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es muy dura la lluvia que va a caer
¿Y qué oíste, mi hijo de ojos azules?
¿Qué oíste, cariño mío?
Oí el sonido de un trueno que rugió sin aviso,
oí el bramar de una ola que podía anegar el mundo entero,
oí cien tamborileros cuyas manos ardían,
oí diez mil susurros y nadie escuchando,
oí a una persona morir de hambre y a mucha gente riendo,
oí la canción de un poeta que moría en la cuneta,
oí el gemido de un payaso que lloraba en el callejón Y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es dura la lluvia que va a caer.
¿A quién encontraste, mi hijo de ojos azules?
¿Y a quién encontraste, mi joven querido?
Encontré un niño pequeño junto a un pony muerto,
encontré un hombre blanco que paseaba a un perro negro,
encontré una mujer joven cuyo cuerpo estaba ardiendo,
encontré a una chica que me dio un arco iris,
encontré a un hombre que estaba herido de amor,
encontré a otro que estaba herido de odio Y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es muy dura la lluvia que va a caer.
¿Y ahora qué harás, mi hijo preferido?
¿Ahora qué harás, cariño mío?
Regresaré afueraantes de que la lluvia
comience a caer,
caminaré hacia el abismo del bosque más oscuro
donde la gente es mucha y sus manos están vacías,
donde el veneno contamina sus aguas,
donde el hogar en el valle encuentra el desaliento de la sucia prisión,
y la cara del verdugo está siempre bien escondida,
donde el hambre amenaza,
donde las almas están olvidadas,
donde el negro es el color,
y ninguno el número,
y lo contaré, lo diré, lo pensaré y lo respiraré,
y lo reflejaré desde la montaña
para que todas las almas puedan verlo,
luego me mantendré sobre el océano hasta que comience a hundirme,
pero sabré bien mi canción antes de empezar a cantarla Y es dura, es dura, es dura, es muy dura,
es muy dura la lluvia que va a caer