- Las plantas necesitan tierra, agua y sol para crecer. Lo aprendí en el cole -me dijo Diego una brumosa tarde de abril.
- ¿Conoces los girasoles?
- Sí, me gustan mucho. En el cole tenemos láminas muy bonitas.
- ¿Pero alguna vez has visto un girasol de verdad?
Se rascó la cabeza antes de
responder con los ojos muy abiertos:
- No, sólo he visto girasoles pintados.
- ¿Y por qué no plantamos unas pipas a ver qué pasa?
A Diego le encanta todo lo que
sea remover la tierra, con lo que aceptó encantado la idea de sembrar unas pipas
de girasol en el patio de mi casa. Él suele venir a verme (en realidad lo
traen, porque sólo tiene cuatro años) una vez por semana y así, asombrado, vio crecer los girasoles a saltos.
En sus visitas los regaba y
observaba con atención, especialmente uno plantado en una maceta mediana
que pronto le rebasó en altura.
De esta manera asistió al rápido crecimiento
de unas plantas que pronto se vieron visitadas por las abejas y muchos otros
insectos. El agua, el sol y la tierra unidos hacían crecer la vida ante sus ojos.
Esta semana llegó por fin la
hora de la tan esperada cosecha.
Diego y Lala se encargaron de
recoger las flores secas y separar las pipas en tres grupos: una parte la
comeremos nosotros, otra la guardamos para sembrarla el año que viene y una
tercera parte se la dejamos a los pajarillos que desde hace varias semanas
visitan nuestro patio atraídos por el alimento que tanto necesitan para sacar adelante a sus crías.