domingo
EL ETERNO DIÁLOGO DE PETER Y WENDY
– Dime la verdad, ¿pudo haber algo entre tú y yo?
– ¿Qué tú crees?
Su sonrisa duró un instante.
- ¿Me olvidarás?
– No podría hacerlo aunque quisiera
Acababa de comprender que el futuro de ellos dos no podía ser otro que un enorme e infinito Nuncajamás.
viernes
LA VIDA
La vida es un misterio. Un viaje en el tiempo salpicado de incógnitas, espejismos, de encuentros matemáticamente imposibles, sucesos inesperados, sentimientos y sueños contradictorios, de señales imperceptibles para la mayoría pero no por ello menos cotidianas y reales.
Pocas veces percibimos a tiempo las luces que nos indican el rumbo, advirtiéndonos quienes serán nuestros verdaderos amigos y enemigos, amores y desencuentros, esperanzas y decepciones. El destino final de las hojas arrastradas por el viento, de las miradas fugaces, de los gritos escapados del alma, de las quimeras fructificadas y las ilusiones calcinadas: todo parece estar escrito de antemano en los hilos que conforman la telaraña de la vida.
OTOÑO PERMANENTE
El
viejo trabaja sin parar, diez, doce horas al día. Su obsesión es que el área de
la que es responsable se mantenga siempre limpia, y los niños puedan jugar y
los ancianos caminar sobre un suelo libre de la resbalosa humedad que dejan las
hojas al pudrirse.
Discurre
noviembre, y como un interminable aguacero cientos de miles de hojas continúan
desprendiéndose de los grandes árboles. El viejo empleado municipal emplea
todas sus fuerzas, pero cuando aún no ha avanzado dos metros ya el suelo a sus
espaldas está de nuevo estropeado. Es el trabajo de nunca acabar, y él lo sabe.
Solo escucha críticas, de
sus jefes y de la mayor parte de los usuarios del parque. Muchos le piden abandone una tarea que parece estar fuera de sus posibilidades. Puede jubilarse
o dejar ese empleo y buscar otro más agradecido; aún así el viejo,
incansable, silencioso y cabizbajo, continúa barriendo la hojarasca.
Aunque
nadie lo reconozca sabe que su trabajo es útil a los demás y no está dispuesto
a renunciar a la anónima tarea que él mismo se ha impuesto.
domingo
EL BASTÓN DE SAMOS
El 14 de octubre de 2002 recorría Galicia guiado por dos jovenes recién conocidos. Llevaba poco tiempo en España, apenas tenía amistades y aquellos generosos muchachos le servían de pacientes cicerones al "cubano", mostrándole las múltiples e increíbles aristas de la tierra de sus antepasados.
Al final del recorrido por las sinuosas carreteras de la Sierra del Caurel hicimos la última parada del día en el monasterio benedictino de Samos. En el patio exterior del cenobio un monje, navaja en mano, tallaba las muescas de un pequeño bastón y me acerqué a él movido por la curiosidad. Se trataba de un hombre mayor, con mucha facilidad de palabra y un agudo sentido del humor. Sabiendo que una de las fuentes de ingresos del monasterio era la venta de objetos hechos por los monjes, al finalizar nuestra conversación le pedí me vendiera el bastón que acababa de terminar ante mis ojos. "¿Cuánto vale?" inquirí. Se miró las manos, llenas de cortaduras recientes, y con irónica vivacidad me respondió: "Vale un euro por cada una de las muescas que tiene". El bastón causante de sus heridas tenía decenas de muescas de diferentes formas y tamaños. "Lo siento, no puedo pagarle esa cantidad" respondí, vencido. El monje sonrió. "Tómalo, es tuyo, pero no le digas a nadie que te lo dí. Nunca he regalado un bastón y quiero conservar intacta mi fama. Quédate con él y conviértelo en algo útil". "Pues dentro de diez años volveré para contarle lo que he hecho con su bastón" dije con retranqueiro agradecimiento. El monje sacó un bolígrafo del bolsilo de su hábito y con tinta azul escribió la fecha en el mango del bastón: "14-X-02". "Aquí te esperaré dentro de diez años, si Dios quiere. Y a ver si en esa fecha los tres ya estáis convertidos" concluyó.
Al final del recorrido por las sinuosas carreteras de la Sierra del Caurel hicimos la última parada del día en el monasterio benedictino de Samos. En el patio exterior del cenobio un monje, navaja en mano, tallaba las muescas de un pequeño bastón y me acerqué a él movido por la curiosidad. Se trataba de un hombre mayor, con mucha facilidad de palabra y un agudo sentido del humor. Sabiendo que una de las fuentes de ingresos del monasterio era la venta de objetos hechos por los monjes, al finalizar nuestra conversación le pedí me vendiera el bastón que acababa de terminar ante mis ojos. "¿Cuánto vale?" inquirí. Se miró las manos, llenas de cortaduras recientes, y con irónica vivacidad me respondió: "Vale un euro por cada una de las muescas que tiene". El bastón causante de sus heridas tenía decenas de muescas de diferentes formas y tamaños. "Lo siento, no puedo pagarle esa cantidad" respondí, vencido. El monje sonrió. "Tómalo, es tuyo, pero no le digas a nadie que te lo dí. Nunca he regalado un bastón y quiero conservar intacta mi fama. Quédate con él y conviértelo en algo útil". "Pues dentro de diez años volveré para contarle lo que he hecho con su bastón" dije con retranqueiro agradecimiento. El monje sacó un bolígrafo del bolsilo de su hábito y con tinta azul escribió la fecha en el mango del bastón: "14-X-02". "Aquí te esperaré dentro de diez años, si Dios quiere. Y a ver si en esa fecha los tres ya estáis convertidos" concluyó.
Desde entonces he utilizado el regalo del monje de Samos en muchas de mis múltiples expediciones al monte, incluyendo los largos kilómetros del Camino de Santiago. En realidad durante toda una década el minuciosamente tallado bastón de fresno ha permanecido cerca de mí, a la vista, como recordándome la promesa de utilizarlo lo mejor posible mientras llegara el hipotético día de rendir cuentas de él ante su fabricante.
El pasado 12 de octubre los tres amigos de aquella primera visita a Samos volvimos a hacer un recorrido por Galicia. Y como no podía ser de otra manera recalamos en el viejo monasterio. Nada sabíamos de la vida del artesano de los bastones. Cinco años atrás lo habíamos encontrado allí en el transcurso de una corta parada, renovando la promesa de volver a vernos en 2012, pero nada sabíamos sobre si aún continuaba en el monasterio ni, dado que ya era un hombre mayor, cual podía ser su estado de salud.
Llegamos a Samos justo cuando abrían al público la instalación. Nuestro monje no aparecía por ninguna parte y decidí preguntar por él en la tienda de souvenirs ubicada en la portería. En el momento en que descendía las escaleras de la portería se abrió la ventanuca enrejada de la puerta que da acceso al interior del monasterio. Inmediatamente reconocí el rostro, envejecido, sí, pero con la misma mirada inquisitiva y vivaz. Era él, abriendo la ventanuca justo en el instante preciso, como si nos hubiera estado esperando. Agité el bastón frente a sus ojos: "¿Reconoce este palo?". Sonrió, pícaro, como el primer día. "Yo nunca regalo bastones, recuérdalo. ¿Le has dado un buen uso?".
Cuando salió a la portería sus primeras palabras al vernos juntos fueron: "¿Aún no os habéis convertido?". Le confesamos que estábamos en ello y durante un cuarto de hora compartimos, los cuatro, un tiempo especial. Había transcurrido una década de nuestro primer encuentro y parecía que no había pasado ni un día. Al despedirnos, en un alarde de temeridad, volvimos a citarnos en el mismo lugar el 12 de octubre de 2022.
En el viaje de regreso los tres amigos recordamos algunas de las múltiples aventuras y desventuras que hemos vivido juntos a lo largo de estos años. No compartimos trabajo, vecindario o ideología. Ni siquiera tenemos aficiones comunes y, sin embargo, los vínculos que nos unen se han fortalecido con el paso de un tiempo que, paradójicamente, ha triturado muchas otras cosas que parecían imbatibles. Las alegrías de cada uno de nosotros son las alegrías de los tres, y también las derrotas. Así comprendí que la verdadera dimensión de la historia del bastón del monje radica en la incolumne amistad de los tres viajeros que diez años atrás, cuando apenas se conocían, dieron comienzo a la misma.
Gracias Hermano Agustín, deseo que en nuestro próximo encuentro todos estemos ya convertidos.
miércoles
AL FINAL DEL CAMINO
AL FINAL DEL CAMINO...
DESCUBRISTE TU IMAGEN VIVA REFLEJADA EN UN CRISTAL
TE HALLASTE A TI MISMO EN EL SITIO EXACTO DE TANTO TIEMPO ATRÁS
OTROS INTENTARON LLEVARTE AL SITIO DONDE NUNCA QUISISTE VIAJAR
Y CUANDO PARECÍA QUE SOLO TENÍAS POR DELANTE UN PERRO, UN BANCO VACÍO Y UN INTERMINABLE BOSTEZO
ENCONTRASTE, GLORIA A DIOS, EL AMOR DE TU VIDA
domingo
EL ARTE EFÍMERO QUE NUNCA MUERE
Desde hace años vengo observando en los montes y costas de Galicia pequeñas esculturas hechas con piedras recogidas del entorno. Constituyen esas esculturas el fruto del esfuerzo de creadores anónimos; artistas que no aspiran a ver sus trabajos expuestos en un museo de arte contemporáneo, recibir subvenciones oficiales o escuchar los veleidosos aplausos de la crítica especializada. Sus obras viven enfrentadas al mundo real, de espaldas a la vanidad. Sin más reconocimiento que la cómplice sonrisa del sorprendido caminante. Arte efímero, sujeto a las inclemencias de la naturaleza, obligado a renovarse continuamente para perdurar en el tiempo y, por esa misma razón, arte vivo.
Hace
dos días, en la costa aledaña a las ruinas de la antigua factoría
ballenera de Cangas tropecé con una increíble acumulación de piedras conjuntadas que me hicieron recordar, una vez más, al bienamado y siempre
traicionado Man de Camelle. Son sencillas esculturas erigidas al aire libre en tierra de nadie,
entregadas al universo a cambio de nada. Son, en mi opinión, el
génesis del verdadero arte.
Al final de un muelle en desuso, con las Islas Cíes al fondo
Y frente a la populosa ciudad de Vigo
El Arte Libre le da verdadero sentido a un espacio depauperado
viernes
ELLA
Me comprende mejor que nadie en este mundo.
Escucha mis confidencias con respetuoso silencio, y nunca ha intentado convencerme de nada. Salta de alegría cuando llego a casa, no importa la hora que sea, y en las noches de frío intenso se refugia en mi cuerpo, agradeciendo con tenues suspiros el baile de mis dedos en su cálido vientre.
Ella me tiene a mí y yo la tengo a ella. Nunca nos fallaremos, lo sé. Se llama Lala y es una pequeña yorkshire de siete años que llegó a mis manos porque nadie la quería.
miércoles
ARDE VIGO
Por la tarde, vistos desde el mar, los edificios de Vigo
parecen castigados por las llamas
Pero es el sol que se despide por unas horas
de una ciudad que le ama
Mañana volverán a abrazarse los eternos amantes, fieles a una cita concertada en el comienzo de los tiempos
domingo
Y LA LUZ PODÍA TOCARSE CON LAS MANOS
Con mi buen amigo, el filósofo
Juan Lois, caminando por el tramo final del Arenteiro, el río de su infancia
En el Pozo dos fumes las rocas
formaban una estrecha garganta, obligando al río a despeñarse
Cerca de la unión del Arenteiro con el Avia tropezamos con Ponte da Cruz, un puente medieval de cuatro arcadas destruido en 1810 durante los combates de los lugareños con las tropas napoleónicas
El río limpio y con buen caudal, y
en el bosque abundaban los árboles centenarios
En algunos lugares la frondosa vegetación apenas
dejaba pasar los rayos del implacable sol de julio y la luz que flotaba en el ambiente portaba tanta magia que podía tocarse con las manos
miércoles
PONIÉNDOLE NOMBRE A LA PROTAGONISTA DE UNA NOVELA
En la playa. Una chica delgada, de pelo color caoba y grandes ojos negros, me ve garabateando en una libreta, se acerca y dice:
- ¿Qué haces? ¿Pintas el mar?
- No. Tomo notas para escribir una novela.
- ¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres? –insiste ella.
Me hace gracia su pueril insolencia.
- ¿Y tú como te llamas, de donde eres?
- Clara, y soy de Mondaríz.
- Me gusta tu nombre. Le pondré tu nombre a la protagonista de mi novela.
- ¿Le vas a poner mi nombre a la protagonista de tu novela?
- Sí, ¿por qué no?
Sonríe y apunta con la mano a sus amigas, que esperan a unos metros de distancia.
- ¿Vienes con nosotras? Podremos conversar por el camino y así sabrás algo más sobre el personaje de tu libro.
- Gracias, pero debo regresar a casa.
- Bueno, como quieras. Dame tres besos, Heminghway. Espero
leer pronto esa novela.
- La leerás, Mona Lisa, no lo dudes.
Y se despide con una cálida e ingenua mirada.
viernes
NO ES LO MISMO MIRAR QUE VER
ESTE VERANO HE DESCUBIERTO EN EL PATIO EXTERIOR DE CASA A MULTITUD DE INSECTOS CUYA EXISTENCIA IGNORABA. ESTABAN AHÍ DESDE SIEMPRE PERO PARA MÍ NO EXISTÍAN PORQUE, A PESAR DE QUE PASO MUCHO TIEMPO EN ESE PATIO, NUNCA ANTES LES HABÍA VISTO.
A MENUDO MIRAMOS SIN VER. CAMINAMOS POR LA VIDA SIN CAPTAR ESOS DETALLES APARENTEMENTE SECUNDARIOS QUE EN REALIDAD PUEDEN SER LOS MÁS IMPORTANTES. Y ESTO LO ESCRIBO PENSANDO EN ALGO MÁS QUE EN EL PEQUEÑO UNIVERSO PARALELO RECIÉN DESCUBIERTO EN EL PATIO DE MI CASA.
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