martes

LO QUE DIEGO AÚN NO SABE

 Con cada día que pasa aprende algo nuevo. Primero se aficionó a los barcos; luego a los trenes, el fútbol, los coches, los animales del mar... Ahora está fascinado con los aviones, su último gran hallazgo vital. 
Cuando Diego descubre algo nuevo no para de preguntar, de intentar conocer todos los detalles de aquello que en ese momento le impresiona. Para explicarle mejor cómo funcionan los aviones decidí ponerle un vídeo donde aparecen los más modernos aparatos de las principales potencias del orbe. Y cuando apareció en la pantalla un escuadrón de aviones de combate, me preguntó entusiasmado cómo se llamaban aquellas naves tan rápidas con un solo pasajero en la cabina.
       - Son cazabombarderos -le dije.
En la pantalla del ordenador los aviones bombadeaban varios edificios, que saltaban por los aires envueltos en una nube de humo. 
     - ¿Por qué hacen eso? ¿Por qué rompen las casas de la gente?  -exclamó Diego, sorprendido.
       - Porque están en la guerra.
Mi nieto abrió mucho los ojos, como suele hacer cuando algo le intriga, y con su natural inocencia me preguntó:
       - ¿Y qué es la guerra?
No supe qué responderle. 

ANCIANA SENTADA EN UNA IGLESIA DE BADAJOZ


   Una mujer mayor con el pelo canoso y un tanto desordenado, flaca y huesuda, de nariz aguileña y facciones nobles. Permanece mucho tiempo sentada en uno de los bancos próximos al altar. La gente entra y sale de la iglesia y ella sigue allí, inmóvil y en apariencia ausente, aunque en realidad está bien despierta. No balbucea peticiones a lo alto ni agacha la cabeza pidiendo misericordia, pero es evidente que vive el momento con especial intensidad.

La iglesia de la Virgen de los Dolores es pequeña, huele a incienso y tiene la música indirecta demasiado alta. De repente, la anciana se levanta, toma su bastón y sale del templo a buen paso, con la frente alta. Sus ojos, verdes, parecen tristes, apagados; en sus labios resalta la determinación del que bajo ningún concepto está dispuesto a aceptar la palabra rendición.

domingo

LUZ CASAL

¿Por qué me seduce Luz Casal? Vistas por partes, sus canciones actuales son demasiado lentas para mi gusto y su voz a veces me resulta un tanto disonante. Pero, a pesar de todo esto y algo más, las melodías de Luz Casal me estremecen mucho más allá de lo que algunos considerarían razonable. ¿Por qué? No lo sé, y mientras pueda intentaré no averiguarlo.

Como testigo de cargo de esto que firmo y afirmo, aquí os dejo el vídeo de su último disco. Gracias, Luz, querida amiga... Todos sabemos que a lo verdaderamente sublime es imposible describirlo con palabras.

miércoles

ATERRIZAR EN PARÍS



El avión parecía flotar dentro de un insondable océano negro, suspendido en el espacio, con la nada infinita como única certeza. Cansado, me refugié en mis propios pensamientos, y cuando hastiado de mí mismo volví a mirar por la ventanilla de la nave, descubrí que la noche había parido multitud de estrellas y en un rincón del firmamento la luna sonreía satisfecha. Ante la inesperada presencia de lo inefable, el tiempo semejaba no discurrir. Dejé a un lado los asuntos personales y viajé de estrella en estrella, y de sueño en sueño; convertí realidades en utopías, y viceversa. 

Pero nada es inmutable en este mundo, y todo lo bueno puede cambiar incluso a mejor. Mientras mi mente viajaba por el cosmos, al otro lado de la ventanilla del avión las fulgurantes luces de la noche cedían protagonismo a un ascendente disco de fuego que, imparable, iba tiñendo el cielo de cambiantes tonalidades azules, naranjas, rojas... y el primer rayo del sol de esa jornada me acarició la mirada. Amanecía en el avión y bajo sus alas descubrí a París nevado, con el Sena refulgiendo agradecido a la incipiente claridad de la mañana. La imponente ciudad Luz, la Meca de todos mis reencuentros, insólitamente blanca y dorada al alba, cabía toda en la palma de una mano. Volví a la tierra conmovido por el espectáculo que acababa de regalarme el universo; pero cuando entré en el aeropuerto y tropecé con el ruido ambiente parisino, debí dejar a un lado el regalo para sumergirme sin remedio en la necia rutina cotidiana.