En
enero del año 2011, una llamada telefónica me sacó del sofá: un viejo amigo me
invitaba a pasar una temporada en su casa de Miami. “Acabo de conocer a una
pareja de ancianos que son parte de la historia viva de Cuba. Deberías
conocerlos…”, dijo en aquella conversación.
Partí
para Miami, lejos del húmedo invierno gallego, pensando en compartir un tiempo
especial con mi amigo y su familia y, de paso, conocer a esos ancianos que
tanto le habían impresionado.
Roberto
Estopiñán y Carmina Benguría vivían solos en un sencillo apartamento de
Kendall. Ambos pasaban de los noventa años y, a pesar de los achaques físicos
propios de la edad, conservaban intactas sus capacidades intelectuales.
En
Roberto, escultor y dibujante considerado un exponente destacado de
las artes plásticas cubanas, me sorprendieron sus ojos, penetrantes y lúcidos;
Roberto era una mirada sabia e irónica, insolente y benévola, pícara a la vida.
Y, a pesar del medio siglo que llevaba viviendo en los Estados Unidos, no había
perdido ni un ápice de su habanera cubanía.
En la esposa de Roberto, Carmina, encontré
a una preciada gloria de la época en que los teatros rebosaban de personas dispuestas
a vibrar con la fuerza de la buena poesía. Pero, a poco de hurgar en
ella, descubrí en Carmina algo más que la joven que a mediados del siglo XX
enamoró a toda Hispanoamérica interpretando, dando nueva vida, a los grandes
poetas de nuestra lengua; descubrí que había algo más dentro de esa mujer
condecorada por los gobiernos de Cuba, España, Perú y Ecuador con sus máximas
distinciones culturales; había en ella algo más que la persona cinco décadas
expatriada, fiel a sus convicciones martianas y
humanistas. Simplemente, descubrí en Carmina a un ser entrañable.
Regresé
a España con la sensación de haber conocido a dos figuras extraordinarias. Y
cada cierto tiempo les llamaba por teléfono, interesándome por su salud,
contándoles mis avatares, aprendiendo de ellos.
En
enero de 2015 me sorprendió la noticia de la muerte de Roberto y la gravedad de
Carmina, ingresada en la sala de terapia intensiva de un hospital de Miami.
Cuando logré localizarla por teléfono, Carmina en el hospital y yo en España,
iniciamos una serie de conversaciones diarias en las que ella me contaba su
estado y yo intentaba darle ánimos.
Luego,
al ser internada Carmina en el Miami Jewish Home, durante casi
dos años continuaron nuestras conversaciones telefónicas, que a menudo duraban
varias horas. Así, un día comprendí que desde la soledad de su habitación Carmina
estaba desnudando su vida, confiándome a corazón abierto todo lo aprendido en su largo e intenso recorrido por este mundo. Y en noviembre de 2016 viajé de
nuevo a Miami, esta vez para estar un mes con ella, compartiendo un tiempo
precioso.
Buena
parte de nuestras conversaciones íntimas -con el consentimiento expreso de
Carmina, que revisó el texto antes de ser publicado- están reflejadas en el
libro Solo el amor construye que acaba de sacar a la luz la
editorial granadina Distrito 93.
Esta obra puede
adquirirse en España directamente en las librerías de El Corte Inglés, La Casa del libro y
Agapea, entre otras. También se puede solicitar
por internet el envío a través de la Editorial Distrito 93 (www.distrito93.com).
Los que viven fuera
de España, pueden encontrar el libro en las páginas de Ebay (www.ebay.es) y Amazon (www.amazon.es) poniendo en el buscador las palabras "Solo el amor construye".
En la web del Centro de exportación de libros españoles (CELESA) (www.celesa.com) se deben poner en el buscador las palabras "Carmina Benguria Solo el amor construye".
Nadie quedará
indiferente ante la lectura de las confidencias de Carmina, de eso estoy convencido.