La procrastinación es el hábito de dejar para mañana lo que deberíamos hacer hoy, y ocupar ese tiempo -el de hoy- en cosas más agradables e intrascendentes. Es característico en este vicio que lo dejado para mañana también suele postergarse para pasado mañana. Así, al final muy probablemente terminaremos incumpliendo la tarea que debíamos acometer, echándole la culpa del stress resultante al exceso o la falta de lluvias en el norte de África, o a cualquier otra cosa por el estilo.
Tengo un amigo que es serio candidato a procrastinator crónico: todos los días se sienta a las ocho de la mañana frente al ordenador, dispuesto a sacar adelante el primer capítulo de su última novela; pero, entonces, un oscuro impulso le lleva a revisar el correo electrónico, por si ha llegado algún mensaje importante; y, luego, ya que está metido en internet decide darle un rápido vistazo al facebook de los conocidos que viven al otro lado del Atlántico. Cuando finalmente mira el reloj resulta que es la hora de la merienda y mientras devora su manzana comprueba si en La Sexta 3 ponen alguna película interesante. Cuando se termina la película ya está demasiado cerca la hora de la comida y decide que no vale la pena complicarse con una escritura que va a quedar a medias. Por la tarde nada hay que hacer, porque es el tiempo de sacar el perro a mear y solucionar los pequeños problemas de la vida cotidiana. Así, un día tras otro en los últimos tiempos. Como diría un viejo comunista: "de victoria en victoria hasta la derrota final".
Llevaba yo varias semanas pensando en la importancia de escribir esta nota, pero siempre tropezaba con alguna tarea más placentera que me sugería dejar la nota para más adelante. Hasta el día de hoy, en que no he encontrado otra cosa mejor que hacer.
(Agradezco a esa buena amiga que es Yolanda Mouzo sus oportunas advertencias sobre el carácter verdaderamente nefasto de la procrastinación)