domingo

EL ROSAL DE LA SEÑORA LOLA


De carácter fuerte, tenía pocos amigos y una enorme vida interior. Vivía sola. O mejor dicho: con dos perros, una Biblia y un bastón. Los perros le servían de compañía, el bastón suplía las fuerzas que empezaban a faltarle y la Biblia constituía su única esperanza.

Durante varios años mantuvimos una amistad basada mucho más en hechos concretos que en palabras bonitas. Yo solía visitarla una  o dos veces al mes y pasábamos bastante tiempo en su jardín. Un día, en prenda de amistad, me regaló un esqueje de su más preciado rosal, que planté en mi patio, justo frente a la ventana de la sala. 

Cristiana convencida, dedicaba mucho tiempo a rezar por el bienestar de todos los que conocía. Una tarde la encontré acostada con la Biblia en el regazo. Su cuerpo apenas le respondía, pero tenía la mente tan clara como el día en que la conocí. Esa tarde, sabiéndose cercana al fin, me confesó la duda que le rondaba: 
- Manolo, a toda hora pienso... ¿Cómo será el estar   con El Señor? 
No supe contestarle y ella se me quedó mirando con una expresión entre feliz e intrigada. 

Han pasado varios veranos desde su partida definitiva y el rosal que ella me regalara sigue creciendo frente a la ventana de mi sala. Sólo da cinco o seis flores al año: enormes, sutilmente coloridas, con un perfume apenas perceptible pero no por ello menos seductor. Y yo, contemplando su rosal en esta bonita mañana de septiembre, deseo con todo mi corazón que la inconmovible fe de la señora Lola haya sido recompensada. Deseo que, contra todo pronóstico material, ella por fin haya conocido cómo es la dicha de “estar con El Señor”.


viernes

LAUREN BACALL



Me enamoré de ella en 1947, casi al mismo tiempo que Humphrey Bogart. Cierto es que en esa época yo aún no había nacido, pero también es cierto que su actuación en la película “Tener y no tener” me dejó prendado de ella desde que la vi por primera vez. Tanto ha sobrevivido La Bacall en mis sentimientos que hasta le puse su nombre a uno de los personajes de "Hasta el fin del mundo", la novela que escribí por culpa de Chucho y Bebo Valdés.

Ahora dicen que Lauren Bacall ha fallecido a los 89 años de edad. La vida es un misterio, eso lo aprendí hace muchísimo tiempo. Un misterio que yo no pretendo explicar o desentrañar. La Bacall ha muerto, eso dicen, pero ella sigue viviendo en mi mente como la pícara joven que en 1947, cuando yo aún no había nacido, me enamoró para siempre.

Aquí os dejo este vídeo tomado del bendito Youtube con los antecedentes de la frase que desconcertó al duro de Bogart:
“Sabes cómo silbar, ¿verdad Steve? Sólo tienes que juntar los labios… y soplar”.
Enjoy it!

EL TIPO DEL GONG


Concierto de Eric Clapton, The Rolling Stones, Jeff Beck y Jimmy Page entre otros grandes. Interpretan una poco usual versión de Layla, la sublime canción de Clapton. Todo va bien, como cabe esperar de tan extraordinario encuentro de gigantes.

Entre los músicos, allá por el fondo del escenario, hay un calvo de ojos encendidos y gestos enfáticos. Es el tipo que en el minuto 1:10 del video que aparece al final de este comentario sacude con brío la  pandereta, el mismo que en el minuto 1:53 aporrea el gong para luego volver a su humilde posición.

De repente, en el minuto 3:27 de la grabación el calvo de la pandereta parece tomar el mando para, con un gesto teatral, dar paso al piano, al que por unos instantes acompaña con los platillos. “¿Qué más puede hacer este secundario ahora?”, pienso yo al verlo tan fuera de lugar entre los monstruos del blues y el rock.

Y entonces, justo en el minuto 4:00 de la interpretación, el calvo se acerca de nuevo al gong y comienza a golpearlo con creciente entusiasmo. El escenario se estremece y durante varios segundos el público enmudece. Los músicos, los genios, se miran complacidos y asombrados mientras el calvo sigue atacando el gong con furia, con saña, con inaudita pasión. Está convirtiendo a una magnífica interpretación en una performance inolvidable, dejando anonadado al público y a sus propios compañeros de profesión. El tipo del gong  se ha robado el show.

Así que, estimado lector o lectora, si crees que en esta vida no puedes llegar a ser Eric Clapton u otro de los grandes, yo te pido de corazón que al menos intentes ser “el tipo del gong”. El Universo entero te lo va a agradecer.

Este es el vídeo que he intentado narrar. Espero lo disfrutes tanto como yo.


NOTA AL MARGEN: Ray Cooper, el calvo de este vídeo, es un reconocido Maestro de la percusión. Perdón le pido por tomarlo de ejemplo para redactar esta reflexión.

sábado

PSIQUISMO ELEMENTAL

Según los que dicen saber del asunto, los animales no tienen noción del pasado o el futuro. Lo suyo es lo que podríamos llamar un "presente perpetuo" alimentado, eso sí, por los reflejos condicionados que acumulan en la lucha por la superviviencia cotidiana. 

Los seres humanos, a diferencia de nuestros primos animales, constantemente estamos recordando el pasado vivido (entre más desagradable sea, más nos regodeamos en ello) y demasiado preocupados por lo malo que pueda depararnos el futuro inminente. Quizás por ello, digo yo, por estar generalmente ajenos al presente real, somos los únicos “animales” que además de tropezar muchísimas veces con las mismas piedras sufrimos agónicamente por problemas que sólo existen en nuestras cabezas. 

Al pensamiento de los animales los entendidos le llaman “psiquismo elemental” para diferenciarlo del “psiquismo complejo” que nos caracteriza. Hasta aquí todo bien: tenemos alma, somos cualitativamente superiores a los animales, y por eso los matamos o los ponemos a nuestro humillante servicio sin sentir remordimiento alguno. Porque una cosa son las bestias y otra muy diferente los seres humanos, ¿o no?

Hoy, ante genocidios como los que están ocurriendo en Gaza y en tantas otras partes olvidadas del mundo, yo, horrorizado, me pregunto una vez más si no sería preferible que dejáramos definitivamente a un lado todas las absurdas ideologías que nos caracterizan y aprendiéramos de una vez por todas a comportarnos como los animales.

Una buena dósis de psiquismo elemental le vendría muy bien a la raza humana.

domingo

AUTORRETRATO GENÉTICO


Soy, como casi todo el mundo, hijo de mi padre y de mi madre.

A mi padre le rodeaba la aureola de tipo duro y eso que su nombre, Telesforo, incitaba al choteo criollo; pero en ese país de jodedores natos que es Cuba no conocí a nadie que se atreviera a faltarle el respeto a aquel español de voz grave, genio vivaz y acerados ojos verdes. Mi padre no tenía pasado ni familia fuera de nosotros, todo se traducía a un “allá en España”, un país que él abandonara muy joven y del que nunca llegaban noticias. Así que, fuera de mis no siempre idílicas vivencias personales, lo poco que conocí de la vida de él fue a través de las épicas batallitas que a veces, incitados por el ron, rememoraban sus viejos compañeros de los Omnibus Santiago-Habana.

Mi madre se llamaba Julia Caridad y en muchos aspectos era el polo opuesto de mi padre: tenía la piel muy blanca, el pelo castaño, la voz dulce, las formas redondeadas y los ojos rasgados, tan negros como el azabache. Nunca le vi leer papel alguno y mucho menos escribir cartas, pero atesoraba con amor todas las fotos de la familia que llegaban a sus manos. Paciente y serena aún en los peores momentos, tenía un estricto código moral que le llevaba a solidarizarse con hechos más que con palabras con cualquiera que lo estuviera pasando mal y, sobre todo, vivía muy atenta a sus tíos y primos del campo con los que había compartido una difícil infancia.


Hoy, al mirarme desnudo en el espejo luego de una larga noche de insomnio, he descubierto que de mis padres heredé los ojos rasgados de ella y la verde mirada de él, la piel rosácea de ella y el pito inquieto de él, la benevolencia innata en ella y el ríspido carácter de él, el pelo castaño de ella y los dientes amarillos de él, la infinita paciencia de ella y la indomable tozudez de él. Soy una mezcla aleatoria de las virtudes y defectos de mis progenitores, y tal vez esa es la causa por la que algunas personas me consideran un hombre de buen corazón y otras afirman que soy un maldito hijo de puta. En mi defensa quisiera alegar que bajo ningún concepto puede considerárseme el último responsable de mis actos reprobables, porque lo que soy y hago no es más que el resultado del puñado de genes que sin pretenderlo he heredado. Y todo el mundo sabe que los hijos nunca deberían pagar por las culpas de sus padres.


Una buena amiga mía sostiene que yo soy gallego de la cabeza a la cintura y cubano de la cintura para abajo, aunque a mí me parece que en verdad es todo lo contrario. Mirándome bien frente al espejo, pienso que soy un imbécil con muchísima suerte, un mentiroso empeñado en decir siempre la verdad y un cobarde demasiado arriesgado. Todo en mí depende, supongo, de la parte de la herencia genética que prime en un momento determinado así que, querido lector, si por casualidad este breve comentario te parece una absoluta estupidez no dejes por ello de leer mis libros: quizás mañana por la mañana pienses precisamente todo lo contrario.