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lunes

VIOLAS, REVISTA VILLACLAREÑA DE LITERATURA

 



 En el mundo de hoy, el de la internet y la comunicación instantánea, nada es lejano y ajeno.

En Villa Clara -provincia cubana de prolífica tradición literaria- acaba de nacer la revista digital Violas. Dos números tiene ya esta publicación trimestral que sorprende por la variedad de los trabajos que nos entregan más de treinta narradores villaclareños unidos bajo la única premisa de la calidad de sus obras. Algo que se agradece, y mucho, en cualquier tiempo y lugar.

En estos enlaces es posible descargar de forma gratuita los números publicados de Violas:      

https://www.claustrofobias.com/tienda/revista-violas-no-0/

https://www.claustrofobias.com/tienda/revista-violas-no-1/

Y para los asiduos a las redes sociales, aquí va su página en facebook:

https://m.facebook.com/violas.revistaliteraria/

La dirección de la revista Violas está a cargo de Edelmis Anoceto Vega; la dirección editorial es de Geovannys Manso Sendán y en la redacción se afana Alexis Castañeda Pérez de Alejo. Agradezco a ellos y a todos sus valiosos colaboradores el exquisito regalo que nos hacen al dar vida a esta publicación necesaria.

Enjoy it, amigos!! 

 

DESDE EL BALCÓN: MADRUGADA EN SANTA CLARA

 

  Una pareja discute en la acera. Varios perros callejeros ladran si parar; y los de la pelea, evidentemente borrachos, les mandan a callar con gritos.

Yadira (así dice ella que se llama) vocifera: “¡Hoy te moriste para mí!”, y la tropelosa voz de un hombre acorralado le responde: “Lo hice sin darme cuenta, coño”.

Una bronca que dura toda la madrugada. La pareja grita obcecada, los perros ladran en un coro interminable y yo -acosado por el insomnio- me pregunto si esta trifulca acabará en tragedia; o si, como suele suceder, mañana por la noche volverán estos dos a besarse bajo mi balcón.

 


 

jueves

LOS PERROS DE SANTA CLARA




Un perro agoniza a pocos metros de la Glorieta del Parque Vidal. Se trata de un cachorro de pelo blanco, puro hueso y pellejo desgarrado por la sarna. Acostado en el cemento, embarrado en su vómito, a ratos el animal levanta la cabeza para implorar compasión a los humanos que, indiferentes, pasan por su lado


Con los años Santa Clara se ha convertido en ciudad de perros sin dueño; esos que en creciente número, solos o en pequeñas manadas, deambulan por sus calles 




Los callejeros de Santa Clara son perros casi vegetarianos, pues de la carne solo conocen los huesos y, con muchísima suerte, alguna víscera maloliente.Son perros sancocheros, depredadores de la basura, supervivientes natos, guerrilleros de la oportunidad; los Lazarillos de Tormes del reino animal.




Algunos consideran que estos animales afean a una ciudad cada día más turística y piensan que con periódicas matanzas indiscriminadas, siempre cerca de las fechas en que se esperan más visitantes, el asunto se mantendrá controlado. Como siempre, los incapaces afrontan los problemas que deben administrar ocultando las consecuencias sin afrontar las causas, y así nos va.


En el piso del Parque, el  cachorro agoniza mientras los transeúntes pasan por su lado como si el espectáculo fuera lo más natural del mundo. Cuando asumimos como normal aquello que debería horrorizarnos, estamos envileciendo a nuestro propio corazón.


domingo

AMANECER EN SANTA CLARA




La habitación donde duermo en Santa Clara tiene tres grandes ventanas y un balcón que da a la confluencia de dos calles bastante transitadas.

Los primeros ruidos de la jornada entran a mi habitación a eso de las cuatro de la madrugada cuando, de lunes a sábado, pasa galopando un caballo con un carretón cargado de vaya usted a saber qué cosas de metal. Luego, sobre las cinco y media de la mañana, se para debajo del balcón un vendedor ambulante que, incansable, repite hasta el aburrimiento: “¡Panadero, el pan suave! ¡Panadero, el pan suave! ¡Panadero...”; y a las seis y media otra voz más grave, al parecer de un señor corpulento, vocifera en el mismo sitio: “¡Vaya, el pan de corteza dura, mami! ¡El pan de corteza dura pa ti, mami!”. 

Todo esto amenizado por el canto de los gallos mañaneros, la eufórica algarabía de algún borracho trasnochado y los ladridos de los perros callejeros. Esa es la razón, y no la poesía, por la que casi siempre espero la salida del sol sentado en el balcón.


Desde mi balcón se domina en toda su extensión la calle san Vicente, que está fielmente orientada de este a oeste. Así, junto con el amanecer, todas las mañanas asisto al espectáculo de la gente que se ha levantado temprano para -a pie o encima de cualquier cosa que tenga ruedas- ir al trabajo, al colegio, al mercado, al médico, a donde sea…

Aquí van algunas imágenes del despertar de la buena gente en Santa Clara.